La viralización de una imagen en la que un hombre posa con siete corzuelas muertas, todas aparentemente hembras, desató una ola de repudio en Tucumán. El hecho ocurrió en Tafí Viejo y terminó con la detención de A.B., identificado como el autor de la cacería ilegal, quien ahora se encuentra a disposición de la Justicia.
Las corzuelas (Mazama gouazoubira) son una especie protegida por la legislación nacional y provincial. La denuncia llegó a través de un mensaje de WhatsApp enviado a la Dirección de Flora, Fauna y Suelos de la provincia, lo que activó una investigación que culminó con un allanamiento y el secuestro de armas, municiones, reflectores y otros elementos que evidencian una práctica sistemática de caza furtiva.
“La caza de corzuelas está prohibida en todo el norte argentino. Lo más alarmante de este caso es que las víctimas eran todas hembras y, por la época del año, es muy probable que estuvieran embarazadas”, advirtió a LA GACETA Juan Pablo Juliá, director de la Reserva Experimental de Horco Molle, dependiente de la UNT.
Juliá, biólogo y doctor en Ciencias Biológicas, explicó que desde su tesis doctoral en el año 2000 estudia el impacto de la caza sobre esta especie, y que ya entonces se advertía una fuerte presión sobre las hembras: “Utilizan hábitats más abiertos, lo que las hace más vulnerables. Este tipo de caza se realiza mayoritariamente de noche, usando reflectores para encandilar a los animales. Quedan inmóviles unos segundos, y eso es suficiente para disparar”.
Sobre las motivaciones detrás de este tipo de hechos, fue categórico. “Esto no es caza de subsistencia. Un cazador que necesita alimentarse jamás mataría siete corzuelas. Este es un caso de caza deportiva ilegal, agravado por el contexto: se trata de una zona donde la caza está absolutamente prohibida, además de ser parte de un área protegida”.
El director de la reserva también destacó el cambio en la percepción social: “Hasta hace no mucho, este tipo de hechos eran naturalizados. Hoy hay un rechazo mucho más fuerte. Eso ayuda a disminuir estos crímenes ambientales, aunque todavía persiste un sector que lo celebra o lo ve con nostalgia”.
Tráfico de fauna: un delito en aumento
Juliá también alertó sobre otro flagelo persistente en la provincia: el tráfico de fauna silvestre. “Colaboramos con la Dirección de Flora y Fauna en rescates. En Tucumán, este tráfico ilegal es muy intenso, sobre todo con aves canoras como cardenales, reinas moras y rey del bosque, que se venden a precios altos. Pero también hay comercio de tortugas, iguanas e incluso monos”.
El especialista denunció que detrás de cada animal que llega a una jaula hay un costo enorme en vidas: “La mortalidad durante el traslado alcanza el 90%. Por cada pajarito que alguien compra, hay otros ocho o nueve que murieron. Y lo peor es que muchas veces los compradores creen que están salvando al animal, cuando en realidad están financiando un sistema cruel y destructivo”.
También hizo referencia al fenómeno del “mascotismo”, la tendencia a tener animales silvestres como mascotas: “Está muy arraigado, pero hay que desnaturalizarlo. Las tortugas, por ejemplo, están en peligro de extinción por esa práctica. Y con los monos es peor: como sólo se los puede capturar de crías, para obtenerlos hay que matar a las madres”.
Un circuito perverso que no cede
Según datos recientes difundidos por la División de Delitos Rurales, en lo que va del año se secuestraron más de 1.500 ejemplares de fauna silvestre en Tucumán. Las aves lideran la lista del mercado negro. “El tráfico creció un 64% en los últimos meses, pese a los operativos”, señalaron desde el área.
“La sociedad ha avanzado en sensibilidad ambiental, pero falta mucho por hacer. Mientras existan compradores, va a seguir habiendo quienes capturen, cacen y vendan”, concluyó Juliá.